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Leer relato "Mi nombre es Santiago"

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Una vez más, en tu jaula de metal y cristal, aferrado a un volante de cuero. Vas y vienes. Llevando y trayendo gente de todo tipo. Gente que busca ante todo rapidez y comodidad.
Son las seis de la mañana y conduces un coche nuevo, camino del aeropuerto. Hoy es tu primer día…Ten los ojos muy abiertos, sé desconfiado, nunca se sabe. Te encuentras raro, llevas toda la vida conduciendo pero ahora es distinto. No vas a entrar en el bar de siempre. Vas a seguir tu camino en busca de clientes. Cuando termines, volverás a casa con tu mujer y tus hijos.
Eres testigo de una ciudad en movimiento. Sus calles, sus gentes emergen y se agotan a tu paso. Un autobús a toda velocidad llega a su parada; bajan, suben, y reanuda la marcha. Un hombre joven corre, llama al autobús. El conductor le ignora. El hombre se gira, te ve, y queda dubitativo.
─ (Vamos, sólo tienes que levantar la mano, te llevaré donde quieras. ¡Eureka! Tu primer cliente).
─ ¡Buenos días caballero! ¿Adónde vamos?
─ ¡Hola! Al número diecinueve de Alonso Heredia.
─ De acuerdo.
¡Que casualidad hombre! Camino de “Alcohólicos Anónimos”, el último sitio adonde te gustaría volver. Cuando se lo cuentes a tu mujer no se lo va a creer.
Dentro de un taxi, la herramienta más preciada después de la emisora y la radio; es el retrovisor interior. A través de él puedes observar al usuario que llevas, puedes descubrirte cada día. El pasar de los años ha conseguido que seas prácticamente un “psicólogo del retrovisor”. De un simple vistazo averiguas cómo es una persona. Nunca falla. Dependiendo cómo entre en el coche, cómo se siente, cómo te diga la dirección… averiguas si lleva dinero o no, si tienes que subir la ventanilla de seguridad o por el contrario le puedes dejar que te cuente su vida. Veinte años escuchando vidas de lo más pintorescas.
Pero hoy no quieres distraerte. Quieres estar atento a la carretera. La forma de circular en estos dos años se ha hecho más agresiva.
─ ¡Perdone! ¿Le molesta hacer una parada en esa tienda que hace esquina? Sólo un minuto.
─ ¡Cómo usted diga caballero!
─ (Me parece que te has equivocado con este fulano. Tuviste que subir la ventanilla. No ha podido siquiera esperar a subirse al coche, se ha metido un lingotazo en la misma puerta de la licorería).
─ ¡Lo siento! En mi coche no se puede beber alcohol.
─ ¡Pero si ya me la he bebido! ¡Hip!
¡Increíble! ¡Menuda carrera acabas de hacer! Menos mal que te cogía de paso hacía el aeropuerto. Años atrás tu reacción hubiera sido muy distinta. Le hubieras dejado subir, e incluso aceptado un trago, seguro. Te habría contado sus problemas, os habríais bebido la botella y despedido como amigos de toda la vida. Pero eso se acabó.
Ya sólo quedamos tú y yo hasta el aeropuerto, como siempre, inseparables. Hacer dos carreras y a casa, a comer. Antes cuando te miraba te compadecía. Ahora te sientes seguro. Estas a gusto con lo que haces. No beber alcohol es un gran paso como para sentirte mejor.
¿Te acuerdas cuando buscabas cualquier excusa para bajar del coche y pegar un trago? ¡Eh! Llegabas a casa y ni tu mujer ni tus hijos te importaban lo más mínimo. Sólo querías cenar y acostarte, hasta el día siguiente. Tu mujer se fue a vivir una temporada con su madre, y los chicos se buscaron un piso de alquiler cerca de la Universidad. Tú no dejaste de ayudarles económicamente, pero eso no era suficiente. Ellos te llamaban todos los días y preguntaban: ¿Qué tal, papá? ¿Cómo estás? ¿Tienes pensado vivir siempre así? ¡Te estás matando!
Al final casi lo consigues. Después del accidente todo cambió. Cuando despertaste en el hospital, ellos estaban ahí, sentados, mirándote. Nunca perdieron la esperanza en ti. Eso fue definitivo, te dio fuerzas para empezar de nuevo. Una vida sin alcohol, una vida con tu familia, una vida distinta.
Bueno compañero, ya has llegado. Sólo te queda esperar y coger una carrera aceptable. Mientras tanto, a escuchar un poquito la radio.
─ ¡Hombre, hola Santiago! ¿Qué dices?
─ ¡Qué tal Ramón! ¿Cómo te va?
─ ¿Otra vez al trabajo? Más competencia.
─ No creo que te quite mucho.
─ Tranquilo, hay para todos; de momento ¿Te vienes luego a comer al bar de la Juani, la del Retiro?
─ No gracias, me voy a casa, con mi mujer.
─ Muy bien hombre. Nos vemos más tarde.
─ Hasta luego.
─ ¡Hola! ¿Adónde vamos?
─ Al centro, por favor.
─ ¿El maletín también en el maletero?
─ ¡No! No. El maletín conmigo.
─ (Bueno, ya nos ha tocado un rarito. Hay que joderse, que mañana. Y que llevará en el maletín. No es por nada, pero siempre te ha gustado saber lo que llevas en tu coche).
─ ¿Está mirando el maletín desconfiado? No se preocupe. No es nada peligroso. Son botellitas de cristal.
─ ¿Botellitas de cristal?
─ Sí, soy representante de licores. ¿Quiere una muestra? Son muy buenos.
─ No, gracias. No bebo.
Que suerte la tuya Santiago. Hace unos años te tocaba invitar siempre y ahora que te invitan, no bebes. Después de esta carrera te vas a casa. Ya has tenido bastante por hoy.
─ Ya hemos llegado caballero. Son sesenta euros.
─ Muy bien, aquí tiene.
─ Que tenga un buen día.
─ ¡Taxi, taxi, deprisa!
─ Lo siento. Está ocupado. ¿No llevará usted alcohol encima?
─ ¿Cómo dice?
─ Nada. Nada. Cosas mías. Está ocupado.
─ ¡Hola cariño! Ya he llegado.
─ ¡Hola! ¿Qué tal tu primer día? Has llegado muy pronto ¿no?
─ Sí, se me ha dado bien.
─ ¿Esta tarde vas a salir?
─ Sí, pero andando.
─ ¡Perfecto! Podemos ir a dar un paseo y…

El truhán rondante
Enero de 2007©